lunes, 9 de marzo de 2009

Estoy convencida de que la mayoría de las niñas sueñan alguna vez con ser princesas, aunque sea una única vez, después de leer un cuento o ver una película, o cuando una abuela les cuenta una historia de un reino lejano. Para cuando esas niñas tienen edad suficiente para ir solas a una librería y comprar un libro ya saben que princesas existen muy pocas y que casi ninguna niña accede a hacer realidad sus sueños de la infancia.

Yo tengo un cuarto de siglo sobre mis hombros y aún así acabo de llorar mirando una historia de reinas, princesas y príncipes azules. Porque a pesar de los años y las desilusiones y la realidad impiadosa la niña sigue viviendo en el fondo. Es la misma que nos hace cantar desafinando y bailar ridículamente sin importar que alguien nos vea, es la misma que se pone un vestido de fiesta y se mira al espejo queriendo creer que la esperan en un palacio, aunque el palacio no sea más que alguna fiesta en algún lugar completamente plebeyo de la ciudad a donde hay que llegar en colectivo. Si la niña no desaparece tampoco desaparece el sueño de princesa. Mi niña siempre estuvo muy viva y pretendo que nunca jamás me deje. La necesito para ser feliz. Pero la mujer ya no desea una tiara de diamantes y un vestido vaporoso con hilos de oro, ya no desea un palacio con enormes puertas de doble hoja y decoración barroca, y por sobre todo no pretende encontrar un príncipe azul, acartonado y perfecto; pero sí sigue deseando el final feliz. Ese es un sueño al que no se renuncia. Mi tiara pueden ser algunas flores y mi palacio puede ser una simple habitación. Los príncipes azules son aburridos, prefiero a un hombre real, con defectos y virtudes, que sepa cocinar y armar un ventilador. El reino que quiero que me ofrezca es cualquier lugar del mundo en el que estemos juntos. Y no quiero ser una princesa inútil bajo una campana de cristal, sino una que se arremangue para ir a recoger los frutos del campo todos los días, o que se ensucie las manos, o que ande descalza todo el día hasta que los pies le queden negros.

No, el sueño de princesa nunca se pierde, solo se transforma. Yo soy una princesa esperando a su príncipe para poder fundar su reino.

No hay comentarios: