miércoles, 19 de marzo de 2008

Daniel


Conocí a Daniel cuando tenía 16 años.
Yo asistía, como lo había hecho los 11 años anteriores, al colegio alemán de Quilmes, o Instituto Eduardo Ladislao Holmberg. Mi uniforme esra una pollera gris, con dos tablitas, camisa blanca, medias verdes 3/4, corbata y sweater verdes y zapatos marrones (los últimos años que asistí al colegio habíamos luchado por una reforma y habíamos logrado que nos dejaran usar remera blanca lisa, en el verano). El uniforme de gimnasia era...complicado: pantalón verde, no muy oscuro, con una fina línea amarilla a los costados y chombra amarilo anaranjado muy fuerte, con dos franjas gruesas y horizontales, color verde oscuro, y el escudo del lado del corazón.
Por esos días de 4to. año (2do. del Polimodal, en provincia) conocí a Daniel. Cruzándomelo azarosamente por las calles de Quilmes.
Yo estaba fascinada e intrigada, pero también desesperanzada (si me hubieran visto a los 16 años y conocieran a Daniel, entenderían)
Por cosas de las vida, Daniel se convirtió en el primer hombre que me besó. Y dio la casualidad de que vivía en la esquina de mi casa.
Hace mucho que no le pregunto nada de su vida pero al menos por aquel entonces era un hombre de 33 años, psicólogo con consultorio propio y que también trabajaba en el hospital público. Presidente de la Asociación Argentina de Cetrería (la cetrería es la cría y adiestramiento de aves rapaces para la caza)
Me acuerdo que los fines de semana yo lo veía salir con su cabello rubio y su cuerpo atlético, con un halcón majestuosamente erguido en su antebrazo (tenía 2 en su casa y no saben los...gritos, digamos, que hacían esos bichos...); se subía a su auto y se iba al campo.
Durante la semana vestía camisas y en su mano siempre una agenda.
Y yo lo veía como un Adonis.
Y me enamoré terriblemente.
Terriblemente.
Dos años estuve con él.
Jamás fui su novia ni nada parecido. Nos encontrábamos en su casa o en su consultorio, y nos cruzábamos en cualquier lado (pueblo chico...). Donde aparecía con el auto, me iba con él.
En esos dos años, estuvo de novio. Alguna vez supe el nombre de la mujer esta...ya no me acuerdo.
¿La novia nos distanció?
Ni por casualidad.
En algún momento la novia desapareció. Y porque el pueblo era chico (el mundo es chico), dio la casualidad de que esta mujer era conocida de la hermana de una amiga mía (complicado? A ver: Juanita y yo= amigas; Juanita tiene una hermana, Pepita. Una amiga de Pepita era amiga de esta mujer) Y así me enteré que esta mujer había dejado a Daniel porque se enteró de que la cagaba con una pendeja.
Ups.
Después de dos años, Daniel encontró chiche nuevo: Priscila.
Un año más joven que yo. Y Priscila era rubia, divina y perra. Yo pasé al olvido; Daniel dejó hasta de saludarme (solía saludarme besándome en la boca, sin importar delante de quién, aún cuando estaba de novio). De repente, ni "hola".
Ahí sufrí como una condenada. El tiempo pasaba y yo parecía cada día más enamorada de él. Pasaron otros dos años en que no lo superé y en que la distancia entre nosotros permanecía intacta. En todo ese tiempo yo apenas había dado un beso a Nicolás Gabastón, un año nuevo (convengamos en que tampoco tenía éxito con los hombres)
Y entonces, dos años después, me lo tatué en el cuello: D- AMOR- VENENO.
Por aquellos días él me había vuelto a saludar, pero siempre frío, seco. Una tarde me preguntó qué significaba el tatuaje (son ideogramas japoneses), y le mentí.
Es curioso pero, cuando me hice el tatuaje, en esa época, me dí cuenta de que ya no estaba enamorada. Cuando me dí cuenta de eso, cuando entendí que Daniel ya no me interesaba...Daniel volvió.
Él seguía con Priscila, muy de novio, y volvió.
Y yo volví.
Pero creo que volví porque veía a Priscila tan arrogante, tan dueña del mundo, tan linda...y me había mirado tan mal tantas veces... Creo que quise probarme a mí misma que no importaba qué tan linda o despampanante fuera ella: yo podía tener a su novio si quería (sí, se llama "inseguridad"). Y lo tuve. Siempre que quise, desde entonces.
Le corté el teléfono muchas veces, no contesté a sus mensajes en infinidad de ocasiones y, sin embargo...siempre está.
Pero Daniel no me interesa. Su importancia es histórica. Porque, si bien no me va ni me viene qué hace o deja de hacer, admito que cuando pasan cosas como que yo esté caminando por la avenida Santa Fe y vea en un puesto de diarios que está en la tapa de El Federal, siento un hormigueo en el cuerpo.
¿Me arrepiento de mi tatuaje?
Para nada.
Irónicamente creo que el tatuaje me liberó: me escribí en el cuerpo que una vez hubo un hombre que me hizo sentir las mariposas en el estómago y por quien lloré y sufrí mucho. Cuando terminé de escribir, cerré el libro.

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